La memoria forma parte del ser humano. Pero hoy todos estamos familiarizados con la imagen de un dedo deslizándose por la pantalla, mientras una y otra vez hacemos scroll en nuestro teléfono. Todo es rápido. Todo pasa. Algo parpadea un instante y luego vuelve a ser invisible. Por tanto, corremos el riesgo de olvidarlo todo rápidamente.
En la Biblia se nos invita a menudo a recordar. Dios se dirige a Israel o a personas concretas. La propia historia de la salvación comienza con el recuerdo de un acontecimiento: el paso del Mar Rojo. En el libro de Josué, durante la alianza solemne en Siquem, se recuerda al pueblo los hechos realizados por Dios. Y sobre el recuerdo de estos acontecimientos, Josué pronuncia su compromiso. ’En cuanto a mí y a mi casa, serviremos al Señor.’ Recordar se convierte en la capacidad de asumir compromisos para el futuro. Recordar lo que Jesús realizó en la Última Cena se convierte en el acto por excelencia de sus discípulos. Un memorial perenne.
La memoria también es fundamental para la vida espiritual. Somos una historia, y nuestra historia está inscrita en la historia de Dios. Como maristas, estamos llamados a celebrar momentos de nuestra historia para recordar la acción y la fidelidad de Dios.
Nuestra fidelidad radica en nuestra capacidad de hacer que lo que recordamos sea relevante para el presente. Contrariamente a lo que podríamos pensar, nuestra experiencia de fe no viene simplemente de la lectura de textos, sino a través de una práctica que se aprende y se comparte. Somos maristas porque tenemos la oportunidad de vivir una fe y una espiritualidad que se han encarnado en las vidas de quienes nos precedieron. Porque podemos verla vivida y actualizada en la experiencia de muchos de nuestros hermanos y hermanas. Porque podemos compartirla con ellos.
Por tanto, no estamos recordando algo que sucedió en el pasado, sino que se nos invita a convertirnos en personas espirituales que tratan de vivir hoy lo que nos han transmitido las generaciones anteriores. Recordar el aniversario de la muerte del P. Colin implica que lo que hemos recibido de los maristas que nos han precedido sigue dando frutos en nuestro presente. Desde la perspectiva bíblica, recordar un acontecimiento del pasado significa hacerlo relevante en el presente. Forma parte de una dinámica continua: recordamos para contar una historia, contamos una historia para recordar… De este modo, la memoria no es sólo nostalgia o recuerdo de un acontecimiento pasado, sino parte del futuro. Memoria y futuro están estrechamente ligados. En la medida en que recordamos el amor de Dios por nosotros, permanecemos fieles a su alianza. Recordar la vida y la muerte del P. Colin se convierte así en un momento de celebración y, al mismo tiempo, manifiesta nuestra voluntad de acoger el futuro de Dios para nosotros. Ese futuro que para nosotros, maristas, va acompañado de la presencia de María, la que nos recuerda: ’Yo fui el sostén de la Iglesia primitiva; volveré a serlo al final de los tiempos’.
Faustino Ferrari, sm




